Por: Jorge Pacheco Tejada / Educador y profesor emérito de la Universidad Católica San Pablo

La ausencia de disciplina tiene como origen muchos factores. Pero quizá uno de los primeros que podemos identificar es el malentendido modernismo de la educación que pospone la importancia del rol del educador. Desde esta óptica, el maestro es un mero acompañante, relegando con ello, su responsabilidad formativa y su autoridad como garantía del aprovechamiento pedagógico.

Otro factor que agrava la indisciplina escolar es la cultura permisiva, en la que el valor de la libertad se malentiende. Y se pretende que el alumno debe formarse y crecer haciendo lo que le venga en gana, y que nada ni nadie debe reorientar su conducta buscando procurar otras dimensiones valiosas. Esta cultura omite valores como la exigencia, la templanza, el esfuerzo, la responsabilidad, la perseverancia y la tenacidad.

Por último, podríamos señalar otro posible escenario de pérdida de autoridad en la escuela. Este se da cuando los padres de familia quitan el respaldo al principio de autoridad que debe regir en toda institución educativa. Los maestros sin autoridad serán incapaces de formar y educar a los estudiantes.

Sumándole a todo lo descrito, el hecho de que algunos docentes presentan una personalidad endeble, veremos que se desencadenan escenarios complejos en la formación de nuestros hijos. Esto hace que generen una aproximación empobrecida de lo que es realmente la disciplina escolar.

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La disciplina escolar, en la perspectiva de una educación humanista, es una poderosa fuerza de formación moral. Esta atiende a la formación de hábitos de convivencia, en un ambiente de actividad, de confianza y de alegría. Esta calidad de disciplina supone dedicar numerosas horas al diálogo y a la orientación personal.

Como plantea López-Barajas, para lograr el cumplimiento adecuado de la normativa de la institución, debe trabajarse en el desarrollo de la autodisciplina como señal de madurez. Esto supone un conocimiento preciso de las obligaciones propias y las del resto de la comunidad educativa. Ello implica una robustecida capacidad de juicio y criterios claros para el desenvolvimiento de la conducta en el uso del espacio y en la relación con las personas.

En otras palabras, una institución educativa será disciplinada y ordenada, no por imposición autoritaria ni por temor al castigo. Sino que alcanzará todo su sentido y valor cuando sea realmente manifestación de la autodisciplina personal de cuantos constituyen la comunidad. Como señala el Dr. Jorge Capella: “Cuando de educación se trata, la disciplina ha de ser personalizada, y debe existir un sano equilibrio entre autoridad y libertad”.

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