Riad, la capital saudí, se llenó de celebraciones tras el anuncio oficial de la FIFA que confirmó al país como sede del Mundial 2034. Bocinas, fuegos artificiales y drones iluminaron el cielo con la figura de la Copa del Mundo, en un ambiente de orgullo nacional por albergar el evento deportivo más importante del planeta.

La decisión, aunque esperada al ser Arabia Saudita el único candidato, generó entusiasmo masivo en las calles y espacios públicos. Incluso durante la COP16, una conferencia centrada en la lucha contra la desertificación, el fútbol desvió la atención. Globos, camisetas y promociones en locales comerciales marcaron la euforia del momento.

Sin embargo, no todo es celebración. Organizaciones como Human Rights Watch han alertado sobre los posibles costos humanos que el torneo puede implicar. Abusos a trabajadores migrantes, limitaciones a la libertad de expresión y derechos de las minorías son temas que han señalado como críticos en el contexto del evento.

Arabia Saudita ha demostrado su ambición en el mundo del fútbol, desde la compra del Newcastle hasta la contratación de estrellas como Cristiano Ronaldo. Ahora, planea construir o renovar 11 estadios y expandir su infraestructura hotelera con 185,000 habitaciones, mostrando su capacidad económica y logística.

No obstante, el “sportswashing” sigue siendo un término recurrente. Este concepto apunta a cómo regímenes autoritarios utilizan eventos deportivos para desviar la atención de sus cuestionados historiales en derechos humanos. Para algunos, el Mundial 2034 será más un ejercicio de propaganda que un avance real.

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Mientras tanto, la celebración en Riad contrastó con el silencio respecto a las críticas internacionales. La noche del anuncio quedó marcada por la exaltación colectiva, pero también por la preocupación de que el fútbol sea una herramienta para maquillar desigualdades y abusos.

El desafío está planteado: mientras Arabia Saudita avanza en su ambición de convertirse en un eje global del deporte, la comunidad internacional observa. El éxito del Mundial no solo dependerá de los estadios, sino también de garantizar que el evento respete y promueva los derechos fundamentales de todos.