Por: Sarko Medina Hinojosa

“Soledad tendría que tener otro nombre, de repente llamarse Alicia, porque es una maravilla.” Un like, luego un comentario, un mensaje por interno y así el amor labra surcos en la carretera de la virtualidad, cosas de millenials.

—¿Por qué pusiste eso en tu muro? ¿Era una indirecta para mí?

No, para nada lo era, pero aprovechó, como quien se da cuenta que algo que sin querer se hace puede abrir las puertas del paraíso, como un pecador que al final de su vida empuja a una persona y la salva de morir atropellada, así se sentía, luego de meses dándole me encorazona a las publicaciones de esa chica, amiga de amigos en común. 

Durante semanas, intercambiaron mensajes, historias, miedos, muertes, alegrías, peligros, toses raras, fiebres a la medianoche y esperanzas de madrugada. Juan se había enamorado de su sonrisa digital, de su sentido del humor y de su forma de ver el mundo. Soledad fue su refugio en tiempos de aislamiento. Él en Tacna, ella en Pasco. Se amaron de mil maneras imposibles a tres mil kilómetros, se oyeron siempre, hasta cuando el sueño los inundaba con su paz. Hasta cuando las respiraciones se detenían y se volvían libertad y camino. 

La vida siguió su curso, y la distancia es insoportable. La vida es un río que se estrella contra el mar que es la eternidad. La vida para él solo es distancia que no puede vencer, porque aún hay restricciones, no se puede viajar, se puede beber, se puede matar, se puede asaltar, pero no se puede ir por quién se ama. Es injusta la vida, como un río, solo va hacia su final para perderse en la inmensidad. 

Juan tomó el primer carro de ese 15 de julio del 2021 que le permitió viajar a Lima, de allí, pasando Ticlio, hacia La Merced, de allí a Villa Rica. No la iba a sorprender sin más, le explicó su viaje por mensajes, sus razones, su amor. 

Mientras viajaba, Juan recordaba moviendo de abajo a arriba, en un viaje en el tiempo, los momentos compartidos en línea. La forma en que Soledad reía en emoticones en sus videos, la manera en que su mirada parecía hablar directamente a su alma en una frase de siempre buenas noches y nunca te mueras. Se sentía nervioso, ansioso por tenerla cerca. 

Llegado al pueblo cafetalero, indagó direcciones, se hospedó y compró flores. Juan caminó entre los nombres, con la mascarilla obligatoria y el peso del alcohol en las manos calcinadas por la refriega constante. ¿Eso lo salvó a él? Y entonces, la vio. La lápida con la fecha de nacimiento y muerte: 1995-2021. Se sentó en el césped, las flores caídas a sus pies, y empezó a contarle cosas que no llegó a hacerlo, porque esperaba hacerlo cara a cara. La distancia ya no era un problema; la separación era eterna. Al día siguiente emprendió el retorno, feliz de poder cumplir la gran promesa, la única que valía la pena

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