Escribe: Víctor Miranda Ormachea
El eterno lamento de quienes insisten en glorificar las décadas pasadas como «épocas doradas» de la música es un fenómeno tan fascinante como predecible. Los nostálgicos, atrapados en una burbuja emocional y romántica, construida a base de cassettes desgastados y discos de vinilo polvorientos, parecen incapaces de aceptar que el panorama musical actual no solo es más diverso, sino también, estadística, cualitativa y culturalmente, mejor. Es hora de pinchar esa burbuja y, de paso, arrojar algo de luz sobre las falacias que sustentan esta visión.
El argumento de la cantidad: más es, de hecho, más
Hoy se produce más música que nunca. Según Will Page, ex economista jefe de Spotify, en un solo día del 2024 se lanza más música que en todo 1989. Esto no es un dato menor; es una revolución. Si antes la industria discográfica era un club exclusivo, ahora es un mercado masivo democratizado por la tecnología. En los años 70s y 80s, las barreras de entrada a la industria musical eran altísimas: estudio de grabación oneroso, distribución controlada por grandes sellos y una promoción mediada por críticos que actuaban más como guardianes que como guías. Ahora, cualquiera con una computadora y una idea puede producir y publicar su música.
Esta explosión de producción tiene implicancias estadísticas. En un universo donde cada día se lanzan más de 100 mil canciones en plataformas como Spotify, la probabilidad de encontrar innovación, experimentación y obras maestras es exponencialmente mayor que en cualquier década pasada. La mera cantidad de opciones hace que la música contemporánea sea un festín para quienes se atreven a explorar. Claro, esto exige un esfuerzo que muchos nostálgicos prefieren evitar, refugiándose en playlists estáticas de éxitos de su adolescencia.

Diversidad y especialización: el fin de la hegemonía cultural
En las décadas de los 70s y 80s, el mercado musical estaba dominado por un puñado de géneros populares que acaparaban las listas de éxitos: rock, pop, disco y, en menor medida, jazz y Rythm & Blues. Esta concentración de géneros no solo era una limitación creativa, sino también una exclusión deliberada de voces y estilos periféricos. Las plataformas digitales actuales han destruido esta hegemonía. Hoy convivimos con una diversidad de géneros que no tiene precedente histórico: desde el hyperpop hasta el drill británico, desde la electrónica experimental hasta el folklore deconstruido.
Publicaciones tan importantes como Pitchfork Rockdelux o The Guardian, entre otras, han señalado que la fragmentación del mercado ha dado lugar a comunidades o nichos hiperespecializados donde cada artista, por pequeño que sea, puede encontrar un público (por mínimo que sea). Este fenómeno sería inimaginable en los años 80s, cuando el éxito dependía de repercutir masivamente. Por otro lado, la música contemporánea no solo es más diversa en términos estilísticos, sino también en cuanto a representación cultural y geográfica. Nunca antes habíamos tenido tanto acceso a músicas de lugares y tradiciones que antes parecían remotas e inaccesibles, o de hecho completamente desconocidas.
El factor de calidad: por qué la nostalgia distorsiona la percepción
Argumentar que «antes se hacía mejor música» es un clásico caso de sesgo de confirmación. Las décadas pasadas son recordadas a través de un filtro selectivo que excluye la mediocridad. Sí, los 60s nos dieron a bandas como Pink Floyd o Velvet Underground, pero también a un océano de imitadores olvidables. Los 80 tuvieron a Sonic Youth o Cocteau Twins, pero también una cantidad desproporcionada de pop desechable y rock plastificado. En cambio, hoy tenemos acceso no solo a los despreciados éxitos del momento, sino a un archivo infinito de música realmente especial que nos vemos permite contrastar, contextualizar y, sobre todo, descubrir.
Desde un enfoque crítico, plataformas como Rate Your Music y Metacritic demuestran que la música contemporánea puede sostenerse frente a la de cualquier otra época. Álbumes recientes como To Pimp a Butterfly de Kendrick Lamar, Punisher de Phoebe Bridgers o Fetch the Bolt Cutters de Fiona Apple han recibido calificaciones perfectas en múltiples medios, mostrando que la excelencia no es exclusiva del pasado. ¿Cómo explicar entonces la percepción de superioridad de épocas anteriores? La neurociencia y psicología ofrecen pistas. Muchos estudios han demostrado que los recuerdos asociados a la música de nuestra juventud tienen un peso emocional desproporcionado, lo que nos lleva a idealizar ese periodo. Sin embargo, esa idealización no refleja la realidad del panorama musical en su totalidad, sino una nostalgia personal y sesgada.

La ironía del conservadurismo musical
Quizá lo más irónico es que quienes insisten en glorificar el pasado suelen ser los mismos que critican la falta de innovación en el presente, como si sus listas de reproducción de clásicos no fueran prueba suficiente de su resistencia al cambio. Esta contradicción es una forma de conservadurismo cultural: un miedo al caos creativo que define a la música contemporánea. Por supuesto, reconocer la riqueza del presente implica abandonar la seguridad de lo conocido, algo que la mayoría simplemente no está dispuesta a hacer.
En este sentido, los nostálgicos (por edad o por pensamiento) no son guardianes de la calidad musical, sino prisioneros de un recuerdo distorsionado. Como dijo David Byrne: “La música cambia porque el mundo cambia”. Ignorar esa evolución no solo es ingenuo, sino también un rechazo a la naturaleza misma de la música como arte vivo.
Conclusión: La explosión de la burbuja
Nos encontramos en un momento único, donde la cantidad, la diversidad y el acceso a la música superan con creces cualquier época pasada. Insistir en que «lo de antes era mejor» es una postura cómoda pero intelectualmente deshonesta. Como críticos, melómanos y oyentes, nuestra tarea no es solamente proteger el pasado, sino entender el presente, y si esto incomoda a los nostálgicos, quizás sea hora de que acepten que su burbuja ya no es más que un espejismo. El mundo y realidad toman diferentes sendas, y la música con ellos. Sólo hay que escuchar.