Escribe Víctor Miranda Ormachea
Hay una especie de regla no escrita en la cultura popular: los músicos tienen una probabilidad altísima de inclinarse hacia la izquierda, es algo casi ritual, una especie de coreografía ineludible, tan predecible como una canción de Ed Sheeran. La reciente oleada de apoyo a Kamala Harris y el desprecio irreverente hacia Donald Trump entre los músicos de renombre (y también entre los músicos independientes y hasta underground) es solo una muestra de este fenómeno, que no deja de fascinar (o de irritar, según el lado desde el que se mire).
La lista de músicos que han mostrado su simpatía por el bando de Harris y su camarada Joe Biden es interminable: Ariana Grande, Taylor Swift, John Legend, Lady Gaga, Beyonce. Bruce Springsteen, Ricky Martin, Rihanna, Demi Lovato, Billie Eilish, Bad Bunny y por supuesto casi la totalidad de músicos independientes relevantes, desde Kim Gordon hasta Skating Polly; a todos les hemos visto unirse en el canto sincronizado del cambio, de la inclusión, del amor y la igualdad. Mientras tanto, Trumpse ha quedado con ignominiosos como Kanye West, 50 Cent, Joe Rogan, Amber Rose, Nicky Jam, Justin Quiles, Anuel AA, Kid Rock o Ted Nugent, así como un pequeño séquito de artistas country y algunos famosos controversiales (léase Elon Musk y diversos practicantes de la lucha libre).
Pero más allá de la burda lista de nombres, la pregunta es: ¿por qué los músicos y, en general, el clan artístico, se alinea tan consistentemente con las causas de la izquierda? Claro, podemos echar mano de respuestas simplistas y románticas, hablando de empatía o de una especie de altruismo nato en los artistas. Pero lo cierto es que el interés del pop por la política progresista puede estar tan marcado por el branding como por una pulsión humanista. Tampoco es solo una cuestión de corrección política o de moda actual; esta afinidad tiene raíces que se remontan mucho más atrás. Desde el rockero de estadios hasta el indie que solo suena entre amigos, la tendencia parece tener el peso de una ley natural.
Si echamos un vistazo al perfil psicológico, una de las explicaciones más plausibles radica en los rasgos de personalidad que caracterizan a quienes se dedican al arte, los músicos y artistas en general puntúan alto en apertura a nuevas experiencias y pensamiento divergente: en otras palabras, son personas que exploran, pretenden romper esquemas y se mueven cómodos en lo incierto. Esta inclinación por lo novedoso y lo abstracto es el tipo de mentalidad que conecta de manera natural con el cambio y la transformación, temas que la izquierda ha abrazado históricamente. Así, la política progresista se convierte en un refugio natural para quienes consideran el establishment como algo necesario de cambiar.
Hay también un factor histórico en juego: desde los trovadores medievales hasta los poetas malditos del siglo XIX, el creador ha sido un rebelde. El rock, por ejemplo, nació como un acto de disidencia, y, a lo largo del tiempo, esta actitud se ha convertido en una especie de marca para la identidad del artista. Adherirse a ideas progresistas es, de algún modo, una forma de ser “disidente” en el contexto actual, aunque con menos riesgos de los que enfrentaban otros rebeldes en su época. La izquierda, en este sentido, ofrece una especie de narrativa de lucha contra el sistema, y para las mentes creativas esto es irresistible
El psicólogo evolutivo Satoshi Kanazawa ofrece una perspectiva interesante al respecto, y en una serie de estudios, bastante controversiales, concluye que las personas de izquierda tienden a tener un coeficiente intelectual promedio más alto. Su teoría sostiene que el liberalismo es un desarrollo evolutivo relativamente reciente que desafía las normas tradicionales, y que para adoptar estas posturas sería necesaria una mente un poco más flexible y sofisticada. Así, la izquierda, con su promesa de cambio y transformación social, atraería más a aquellos que están dispuestos a desafiar convenciones establecidas. En cambio el conservadurismo, por naturaleza, es la preservación de las estructuras existentes. Lo que se percibe como una limitación para quienes poseen un pensamiento divergente o abstracto, como es el caso de muchos artistas. Así que, pareciera que no es tanto que los músicos de izquierda sean más inteligentes, sino que el pensamiento artístico parece encontrar en el progresismo el espacio idóneo para expresarse y cuestionar el status quo sin restricciones.
Otro aspecto que explica esta tendencia es la sensibilidad social. La empatía, es casi un requisito para hacer música que resuene con el público. Por ello la canción protesta ha sido una constante en la historia de la música, desde Bob Dylan hasta Rage Againstthe Machine. Esta sensibilidad hacia la desigualdad y el sufrimiento social conecta profundamente con la visión de justicia que defiende la izquierda. Entonces, mientras los conservadores tienden a privilegiar la estabilidad y la seguridad, los músicos encuentran en el progresismo el lenguaje ideal para expresar su preocupación por el estado del mundo y las condiciones de la humanidad.
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Imagen y convicción
Y aquí surge otra ironía: a pesar de que las grandes disqueras son bastiones del capitalismo más despiadado, los músicos logran construir una narrativa progresista que, en su mente, los coloca en una especie de disidencia. Claro, para muchos, es solo un acto de imagen pública, una manera de satisfacer las expectativas del público que los considera “rebeldes” por el simple hecho de ser artistas. Pero en otros casos, el sentimiento parece genuino. En este sentido, apoyar a figuras progresistas como Kamala Harris y rechazar a Trump es casi un reflejo de identidad para el músico, un gesto de adhesión a los valores que históricamente han sido parte de la ética artística.
No obstante, tampoco podemos pasar por alto que los ideales de izquierda de muchos músicos podrían ser más superficiales de lo que parecen. Basta observar la posible simbiosis entre la imagen pública y los valores progresistas que defiende el pop. Cuando toda una industria, tan dependiente de su relación con la audiencia, se alinea con una causa, no se puede ignorar la posibilidad de que haya una mezcla de convicción y estrategia en juego.
Por otro lado, si analizamos la calidad de la música y el arte progresista, también es evidente que las figuras más destacadas suelen ubicarse en este espectro. Artistas como Kendrick Lamar, quien construye incisivas letras sobre temas políticos y sociales, o Bruce Springsteen, que se ha erigido en portavoz de las clases trabajadoras, han encontrado en la izquierda el espacio ideal para desarrollar su arte al máximo. Esto contrasta con la producción de artistas de derecha, que, en la mayoría de los casos, no suelen dejar una huella significativa en el ámbito cultural.
Así que, en última instancia, el porqué de la inclinación izquierdista de los músicos no se explica solo por tendencias pasajeras o por seguir la moda. La izquierda parece ser el hogar natural de quienes necesitan espacios abiertos para pensar y cuestionar. No es que apoyar a Kamala Harris o despreciar a Trump sea una obligación para ser un “auténtico” músico, pero, en el imaginario cultural, la izquierda sigue representando la chispa que mantiene viva la ilusión de que otro mundo es posible. Y si algo caracteriza a la música y a los músicos, es precisamente la capacidad de imaginar y de hacernos soñar con ese mundo alternativo.