“…toda la insensibilidad del asesino del amor/ el criminal en un diván/ el criminal en un desván/ el criminal en un Sedán/ el asesino de la ilusióoooonnnnnn…  del amor…” El Asesino de la Ilusión-Leuzemia

Escribe Sarko Medina Hinojosa

Te extraño hijo mío. Fue a los diez años que te me moriste en mis brazos y ya el tiempo no es el mismo que ayer. Tendría que empezar por decirte que capturaron a los que te asesinaron, pero nunca supimos si fueron los militares o los terroristas los que te arrancaron de mi vida. Si recuerdas esa noche, las bombas y las balas silbaban alrededor de nuestra casita, ¿Te acuerdas? Esa blanquita que estaba en la plaza de nuestro pueblo querido. 

No sabía, ahora puedo decirlo, que hacer en esos ratos, la angustia de tu madre embarazada y tu miedo mi pequeño me oprimió el corazón de tal forma que te envié al cuarto de al lado para que te metieras debajo de la cama. Quería protegerte pero no pude. La granada que entró por la ventana destrozó la pared y esta cayó encima de tu camita. Loco, me arriesgue a llegar hasta ti, las balas me silbaban en la cabeza pero sólo pensaba en ti, en tu cuerpito aprisionado por esa pared caída. Después me di cuenta que una bala me alcanzó en la pierna, eso fue después de que lograra sacar tu cuerpo de entre los escombros y poder escuchar tu último suspiro. Tu madre estaba a mi lado.

Después de eso ya nada tenía sentido. No lloré, de verdad no lo pude hacer, porque alguien en mi niñez me enseñó que los hombres no lloran, que la vida no es para llorar sino para sufrir en silencio. Al otro día me llevaron preso porque estaba herido y creyeron que participé en la balacera, pero no fue así. Tu madre tuvo que llorar por mí, dar pruebas con tu camisita llena de sangre que estuve tratando de salvarte. Al final se apiadaron de ella y de una patada me sacaron de la celda.

Nos fuimos de ese pueblo hijito. Dejamos atrás los campos verdes donde jugabas con tus compañeritos de escuela, dejamos atrás la escuelita donde aprendiste a escribir “yo amó a mamá”, el campanario y nuestra tierra, mi tierra que labré con mi sudor. Todo eso dejamos para que esa guerra cruel y sanguinaria no termine por matarnos también. Al salir, el atardecer cubría de rojizo el cielo como despidiéndonos. Allá en el caserío se quedaban mis hermanos y mis familiares que no podían irse, pero yo sí me fui. Y llegamos a esta ciudad donde todo es terriblemente caro, donde una comida es un lujo y donde nacieron tus hermanos. 

Con los días de estar caminado aquí, me puse a averiguar quién fue el que te mató. Recorrí comisarías, cuarteles, pregunté a abogados y políticos, hasta con un viceministro hablé. Tanto hablar causó que muchas veces me mandaran amenazas de muerte, tanto de los militares como los de Sendero. Así que dejé de preguntar y traté de vivir con tu recuerdo.

Pero hijo, ¿cómo hacerlo? Si en la sonrisa de tus hermanos te recuerdo, si en las navidades al traer los regalos se me oprime el corazón al ver que tengo dinero para comprar un regalo más y no tengo a quien dárselo, si en la mesa hay comida para darle a uno más y no hay nadie quién coma, si en esta casa hay espacio para que juegues y rompas lo que quieras, bebas lo que quieras, mires lo que quieras, estudies lo que quieras y no estás. Como llenar este vacío en mi alma que hace que en las noches de mayor dolor tenga que morder la almohada por la impotencia de no poder revivirte ¡Hijo mío!

Ahora en la tele he visto que están difundiendo los resultados de una investigación sobre esos hechos y me da cólera ver que los militares se ofenden cuando se les dice que fueron parte de la matanza de más de 69 mil peruanos y niños como tú. Me da cólera cuando alguien minimiza lo que pasó y dice que los que murieron fueron todos terroristas. Me da cólera cuando al pasar los días sólo queda todo en bonitas palabras, excelentes discursos, pero nada para los deudos, los cuales no saben donde están enterrados sus familiares. Yo al menos te tuve para enterrarte y llorarte en mis horas de soledad, pero ellos no. Una camisa, un zapato velaron.

Hijo te extraño y no puedo resistirlo más, lo grito para que todo el mundo me oiga: ¡Extraño a mi hijo! ¿Por qué nadie me hace caso? Porque cuando pregunto qué se hace por los niños de padres desaparecidos, nadie sabe qué pasó, cuando mis familiares vienen y nada han hecho por reponerles el sufrimiento, cuando veo que nadie juzga a los asesinos de mi gente: ni los de rojo ni a los de verde, todo eso me da una rabia sorda y sin poder remediarla. 

Los años pasan hijo y tus hermanos grandes están. Mañana se casa tu hermana y le pondrá de nombre a su hijo el tuyo: Jonás. ¡Jonacito, hijo mío dónde estás! ¿Estás allá en el cielo? Pues espérame hijito que ya voy, no desesperes que tu padre ya va a estar contigo, ahorita ya debes estar con tu madre, así sólo falto yo para que vivamos los tres como siempre debió ser, para que nunca más te vuelva a mandar a estar sin compañía debajo de un catre porque allá afuera en el mundo los infelices se están matando a tiros sin consideración de los niños como tú. Allá voy Jonacito perdóname por mis errores y espérame mi hijito te lo ruego…

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