Millones de votantes estadounidenses acudirán a las urnas este 5 de noviembre para decidir su próximo presidente, pero un puñado de estados clave tendrá el poder de inclinar la balanza.

La próxima elección presidencial en Estados Unidos tiene en vilo a más de 200 millones de votantes. Sin embargo, el destino de la Casa Blanca dependerá de unos pocos estados bisagra, donde el margen de diferencia podría ser mínimo. Estos territorios han sido el centro de atención de los candidatos, que buscan conquistar a un electorado fluctuante y clave para alcanzar los 270 votos electorales necesarios para ganar.

En el sistema electoral estadounidense, el ganador en cada estado se lleva todos los votos electorales, salvo en Maine y Nebraska. Así, en lugar de un conteo nacional, el objetivo es ganar los estados con mayor número de electores. Este enfoque convierte a lugares como Pensilvania, Michigan y Georgia en campos de batalla donde cada voto cuenta, y donde tanto Kamala Harris como Donald Trump han volcado sus recursos.

Pensilvania, un estado industrial en declive, es uno de los territorios más codiciados. Trump se apoya en el electorado rural, mientras que Harris cuenta con el respaldo de los sindicatos y los habitantes de ciudades como Filadelfia. La demócrata espera que los proyectos de infraestructura de la administración Biden sean un anzuelo clave para los votantes urbanos y de clase trabajadora, mientras que Trump agita el descontento con la inflación para seducir a las áreas rurales.

En Georgia, la situación es similar. Históricamente conservador, el estado sorprendió en 2020 al decantarse por Biden, impulsado por el voto afroamericano y los movimientos antirracistas. Harris, de origen jamaicano e indio, busca apelar a estos grupos, aunque la postura antiaborto de Trump ha reforzado su apoyo entre el electorado religioso, convirtiendo a Georgia en una incógnita fundamental.

Por otro lado, Arizona y Nevada presentan dinámicas singulares. En Arizona, Trump se centra en la inmigración ilegal, un tema sensible en esta región fronteriza. Harris, por su parte, busca atraer a los nuevos votantes llegados del sector tecnológico, esperando que los cambios demográficos jueguen a su favor. En Nevada, con su considerable población latina, ambos candidatos luchan por conectar con un electorado que ha oscilado entre los dos partidos en los últimos años.

Estos estados bisagra, junto con Michigan y Wisconsin, completan el «muro azul» que el Partido Demócrata intenta mantener desde hace décadas. Su volatilidad hace de estas elecciones un juego de estrategia, donde cada candidato debe ajustar sus mensajes y prioridades a las preocupaciones particulares de los votantes de cada estado.

En noviembre, los resultados en estos territorios cruciales no solo definirán el futuro de la presidencia, sino también la dirección política de Estados Unidos. En un sistema en el que no todos los votos pesan igual, los habitantes de estos estados bisagra tienen en sus manos el destino de la nación.

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