Escribe: Sarko Medina Hinojosa
Es fácil decirle a alguien que supere la pérdida, que con el tiempo sanará. Es fácil decirle que sea “hombre” y que no llore, que se sobreponga. Pero nadie entiende lo que significa levantarse cada día, preparar el desayuno para tus hijos y tratar de que se parezca a lo que ella preparaba.
Es como ser un pulpo que debe hacerlo todo: evitar que la avena se queme, licuar el mango con la leche, hervir los huevos para el almuerzo, preparar los sánguches con lechuga fresca y tomates, apurarlos para que terminen, arreglen la mochila y, si tienes tiempo, poner agua a la cafetera para tomarte un café antes de salir corriendo a llevar a los chicos al colegio. No solo a ellos, sino también a los otros que conseguiste para reforzar el presupuesto.
Pero es fácil decirte que debes aprender, que te digan cómo lo han hecho las mujeres desde tiempos cavernarios, que con menos recursos y todos los días, que dejes de lamentarte. Es común que nadie te escuche sobre tus problemas más allá de las dos primeras frases antes de interrumpirte con lugares comunes.
Lo peor es que algunos te miran como un violador en potencia. Hasta alguien sugiere que te vayas de bares para “aliviarte”. Como si no te dieras cuenta de que te miran cómo cargas a tus hijos, tratando de descubrirte como un monstruo.
Porque al final tú mismo sabes lo que tienes en la cabeza y es mucho más importante que esa soledad en el cuerpo. Es más importante para ti ver que el presupuesto alcance, que no bajen de peso los chicos, que en el colegio no le rompan la cara a nadie, que en las tardes no vean esas cosas que descubriste que veían.
Te preguntas cómo hacen las madres del mundo para hacer todo. Y aún así, nadie se atreve a preguntarte en qué andas, de verdad. Porque cuando se te acercan, todo es sobre los niños y está bien.
Pero lo que no saben es que ya te levantaste hace rato, superaste la pérdida no porque seas “macho”, sino porque comprobaste que llorar no vale, que sentir pena por ti no alimenta a los pequeños.
Lo importante aquí no es coquetear con una mamá soltera en el supermercado, es que sonriendo puedes hacer que te cedan la cola para salir más rápido.
¿Sientes vergüenza? No, porque llevar a la niña a sus clases de karate y evitar que en la tarde esté enojada vale más que perder el tiempo con angustiadas que quieren curarte el corazón dolido.
A veces quisiera que estuviera ella aquí para decirme cómo hacía la salsa para los tallarines, qué medida de ajo le echaba a los caldos, dónde escondió el bicarbonato de sodio en la refrigeradora.
Algunos me critican porque saqué la figurita de ella de la parte trasera del carro, esa que está de moda donde pones cuantos son en la familia. Los que han notado la falta me dicen que anuncio a los cuatro vientos que ella no está y que estoy libre.
Pero qué quieren, cuando ella se fue con ese desgraciado perdió su lugar, el cual no puedo llenar, solo remendar con el amor que me nace de las entrañas y que me levanta cada día para dar lo mejor de mí.
