Escribe Federico Rosado
Permanece la Feria del Libro de Arequipa en el parque “Libertad de Expresión” hasta el 8 de octubre.
Asisto de testigo interesado, para curiosear a expositores y asistentes; una primera impresión es el entusiasmo y derroche de pasión de los libreros, una de ellas prodiga tiempo para explicar el proceso creativo de una obra, menciona detalles del autor, hojea como si haciéndolo mostrara algo tan suyo. Otro se esfuerza en buscar un pedido y no lo encuentra, pero ofrece alternativas, se decepciona de no tenerlo pero se consuela con opciones.
Observo padres con sus hijos, en un ritual de herencia viva, siempre buscando un libro que leyeron o no leyeron y que quieren comprar para que se complete un ciclo personal, algo tan parecido como llevarlos a un lugar donde estuvieron y que los marcó que es recuerdo nostálgico. Los niños son temerosos al tocar un libro, si aprendieran las sensaciones de rozarlo, olerlo, apretarlo.
Están los lectores exigentes que han ido esperando hallar un título ansiado, fluyen entre puestos, por lo general nunca preguntan porque ellos buscan, como una persecución con angustia, hasta que no pueden creerlo, porque allí está como un acecho, es un Robinson, un Antoine, un Harry, una Mary.
Entro a una sala en la que presentan “Víctor Marín en la música criolla” de Helard Fuentes, está el “palomilla”, o sea Marín, ceremoniosamente vestido, impecable; bastará que uno de los comentaristas lo encienda y aún cuando él no ha escrito el libro lo hace hablar, como si lo supiera de memoria, si uno no siente emoción es que ya debe dedicarse a otro oficio que no sea lee.
Me voy, extrañando, con una pesadumbre: poca asistencia. Qué será. El desapego a la lectura cada vez más frecuente. De repente que sea domingo. La competencia desleal de los centros comerciales. No lo sé. Eso me conflictúa más, me entristece, porque ya casi estamos viviendo una realidad sin libros, con un lenguaje disminuido, entre gestual e icónico, sin la abstracción tan necesaria humana, indispensable para la inteligencia. Es el mundo cada vez más presente y ausente, en el que los libros son un olvido perdido.