Graffiti Político: El último recurso del mal perdedor… Fraude Electoral

Escribe: Augusto Santillana / Abogado y analista político

Siempre pensé que Estados Unidos debía su poder mundial e incesante crecimiento como la primera economía del mundo a la fortaleza y representatividad de sus instituciones: el Congreso Americano, en el Capitolio; el Ejecutivo, en la Casa Blanca; sus Fuerzas Armadas, en el Pentágono; la CIA, el FBI, la Reserva Federal, la NASA. Instituciones respetables y muy valoradas que se me hacía difícil que alguien se atrevería a exponer al descrédito su reconocido sistema democrático. Uno de los más consolidados en el mundo entero.

Sin embargo, fue el ex presidente, Donald Trump, que desveló tal creencia. ¿Cómo? Desconociendo el resultado de las elecciones presidenciales del 2020. Alegando un fraude electoral. Le habían “robado” el triunfo. Y manipuló a miles de mentes en hacer eco del supuesto fraude que el 6 de enero de 2021, tomaron por asalto el Capitolio para impedir que el Presidente electo Biden jurara el cargo. Increíble ver las imágenes de la gente, cual “fuente ovejuna”, iban al riesgo de exponer sus vidas y ser denunciados por el delito de sedición, a rebelarse contra el sistema que había “confabulado” un fraude a su líder.

Luego, fue una comisión del Congreso que determinó que no había fraude y que Trump, era responsable de tal levantamiento y que estaba todo planificado para mantenerse en el cargo a pesar de la victoria de su contendiente demócrata.

Hoy, es nuevamente candidato y nada asegura que si pierde como parece ser, no se vayan a repetir tales acontecimientos reprochables en la primera economía. Pues ya ha declarado que “si todo es honesto” no cuestionará los resultados electorales.

En Brasil, elecciones presidenciales del 2022, Bolsonaro no aceptó su derrota ante Lula Da Silva y movió a miles de sus seguidores para tomar por asalto el Congreso Nacional, La Presidencia y el Supremo Tribunal Federal. Los bolsonaristas pedían la renuncia del presidente electo y se mantenga a su líder en el poder.

Tan igual sucedió en el Perú, cuando la perseverante candidata nikkei, Keiko Fujimori, ya en el 2016, al frente de su par, Pedro Pablo Kuczynski- PPK, quien le ganó la elección presidencial por escaso margen, alegó un supuesto fraude electoral. No los pudo probar, ni por indicios. Pero hizo añicos la institucionalidad más representativa del país. El Congreso de la República, desde donde emprendió una ofensiva parlamentaria contra el gobierno electo, hasta lograr que el presidente renuncie.

Luego, le tocó a Pedro Castillo el 2021, electo presidente de izquierdas, menudo provinciano, ignorante para gestionar con éxito un país tan complejo como el Perú. ¿Cómo podía ganarle de nuevo a Keiko? Nuevamente se invocó un fraude en las elecciones. Que fue compartido por todo el fujimorismo y sus aliados más cercanos, quienes individualizaron el conflicto y petardearon la legitimidad electoral del JNE y de la ONPE.

En su libro “Cómo mueren las democracias” Steven Levitsky y Daniel Ziblatt señalan que la historia ha planteado que las democracias son socavadas por golpes de Estado en mano de los generales, pero advierten que existe otra manera de hacer quebrar el sistema democrático. Esta se realiza a través de dirigentes que deslegitiman a las instituciones y, específicamente, a los procesos electorales. Este debilitamiento comienza en las urnas, se fortalece con la descalificación de los oponentes y toca su punto más álgido con la transgresión y ocupación de las instituciones y organismos autónomos con personas leales a sus intereses.

Muchas veces nos dejamos llevar por el fanatismo, la irracionalidad, la mentira institucionalizada por redes y los intereses de grupo. Y no vemos el daño que le hacemos a un Estado de Derecho que requiere consolidar sus instituciones democráticas para generar confianza y seguridad en las inversiones y a la realización de proyectos de largo plazo. Pensemos siempre más allá de la coyuntura y en el caro legado que le dejamos a nuestras futuras generaciones.