Por Jorge Condorcallo

Sabías que las fantasmas japonesas usan kimono. Estamos acostumbrados al miedo en su forma y características tradicionales en gran medida por el cine, me refiero a los horrores vestidos con sábanas largas y apariciones parsimoniosas como las de la romántica Mónica (Mónica, más allá de la muerte, 2006) que en cada aniversario de su fallecimiento deja la tumba para regodearse entre los vivos. Sí, creíamos saberlo todo sobre ellos, pero nos equivocamos porque descubrimos un amplio y vigoroso repertorio de espantos en las leyendas urbanas japonesas. De sus formas, lamentos y otras peculiaridades supimos con la moda del cine de terror oriental que tuvo su auge a fines del siglo XX e inicios del XXI. Contémplelos en toda su horrísona dimensión.

Sonrisa de mujer

Recuerdas a la misteriosa mujer que deambula por las carreteras esperando ser recogida por un amable conductor para darle fin a su tragedia en una curva del camino. Los japoneses tienen su propia versión de la chica de la curva. Una joven con mascarilla, nada inusual en estos tiempos de gripes mortales, sube a un taxi y el conductor al revisar el retrovisor da cuenta de los hermosos ojos que tiene la pasajera.

―¿Soy hermosa? ―Pregunta inesperada y él asiente. Algo distrae al taxista y al volver la mirada al espejo la encuentra diferente: se ha desprendido la máscara y una sonrisa le parte la cara, una grotesca sonrisa que va de oreja a oreja por el enorme corte que la desfigura. Ella repite la pregunta: “¿Soy hermosa?”, mientras de la oscuridad emerge su mano con dos brillantes tijeras. Si la respuesta es afirmativa, Kuchisake Onna, es el nombre de la dama, te hará el mismo tajo sin contemplaciones, pero si la respuesta es un no te asesinará sin pensarlo dos veces. No hay salvación. Kuchisake Onna o Carved (2007), es la película que matiza con modernidad una de las historias de miedo más populares de Japón.

La fuerza que motiva a los fantasmas orientales, los yurei, suele ser la venganza, una emoción indoblegable que supera la muerte y se manifiesta con convicción, sin miramientos (Ju-on, 2000). Es de un terror que prefiere retorcer su cuerpo maltrecho por buscarte, darte caza y romperte el cuello a soplar aliento frío que pondrá la piel de gallina del incrédulo.

La leyenda de la fémina de las tijeras proviene del periodo Heian de la historia japonesa, su literatura cuenta que la concubina de un samurái solía coquetear con otros hombres y un día el esposo, más celoso de lo habitual, desenvainó su espada y de un golpe le desgarró las comisuras de los labios. Viéndola malherida no la ayudó, mas bien el infeliz eligió burlarse: “¿Quién va pensar que eres bella ahora?”.

Dato curioso: la mayoría de los espantos asiáticos son femeninos, ellas llevan el kimono blanco abrochado al revés y sobre el rostro un pañuelo del mismo color. No suelen ser anónimos como en occidente porque a la aparición siempre le precede un ruido peculiar y los espíritus cumplen con dar a conocer el nombre que tuvieron en vida. Se presentan antes de hacernos saltar el alma por el susto.

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¿Quién está en el baño?

En estas latitudes los adolescentes suelen o solían convocar a la letal Verónica pronunciando nueve veces su nombre frente al espejo en un juego que probaba la temeridad de los estudiantes; de la misma manera los colegiales nipones tienen a la vengativa Hanako San. El espectro habita en los baños de los institutos, detrás de la puerta del asiento número cuatro de los servicios higiénicos, a la espera del próximo visitante que la conjure y allí permanecerá hasta la eternidad la pobre Hanako que se suicidó después de que el novio le rompió el corazón. También pueden invocarla llamándola insistentemente para jugar y ella te ofrecerá una casaca roja. Si aceptas la prenda, te bañara en sangre; mejor dicho, en tu propia sangre (Shinsei toire no Hanako-san, 1998).

Un cabello largo, negro y sedoso que bien luciría una bella modelo en el más despampanante comercial de champú identifica a las protagonistas de los filmes de terror. Cabellos mojados que ocultan la mirada turbulenta de Sadako (Ringu, 1998) o hebras flotantes que se mueven malignamente y sirven a Kayako como instrumento para matar (Ju-on, 2000). La antigua cultura que cultivó el honor y la veneración a sus ancestros cree que las cabelleras tienen alma propia, además que se alimentan de los recuerdos de los fallecidos y por ello continúan creciendo después de la muerte con una voluntad que escarapela al más valiente. En el cine es visualmente impactante ver las exóticas cabelleras de estas criaturas que las utilizan como lo hace una araña con su telaraña; las fantasmas se mueven como depredadores en su elemento.

Ouija nipona

Hubo una época que en los Estados Unidos se volvió muy popular la práctica de la Ouija, era un asunto de recreación en familia, tanto así que se vendían tableros como monopolios y nintendos. En los territorios del sol naciente también existe un juego parecido por no decir igual a la Ouija. El Kokkuri San, la práctica de esta forma de conexión con el otro mundo requiere de una tabla o papel donde se graban o escriben los números del 0 a 9 en forma vertical, el alfabeto Hiragana, Hai (Sí) y Iie (No) y el símbolo de los templos sintoístas (Torii). Los participantes deben poner sus dedos sobre una moneda de diez yenes y hacer las preguntas que deseen. Al final, para que el espíritu interrogado no quede atrapado en los objetos que se utilizaron en la sesión los participantes deben quemar el papel o el tablero y gastar los diez yenes ipso facto. La película homónima de 1997 conjura el atrevimiento de la adolescencia por saber más del futuro y el temor respetuoso que los nipones rinden a sus muertos.

Descarado

Los arequipeños caminamos con cierto temor por la Plaza de armas cuando la noche y el frío han despoblado las calles y puede ocurrir que tropecemos con el franciscano descabezado que deambula por los alrededores de la catedral, a veces va alumbrando con su propio cráneo, que usa como lámpara, el camino que sigue y otras, buscando la cabeza que la mala suerte lo llevó a perder en un duelo que nunca fue tal. En el otro extremo del océano Pacifico vaga el Nopperabo, él es una persona, o aparenta serlo, que viste ropas sencillas y camina agazapado como un viejo que no resiste el peso de la edad y los achaques. Si alguien pasa a su lado y le saluda, el Nopperabo levanta la testa y muestra su singular cara: sin ojos, nariz ni boca. La transfiguración del rostro es un tópico del terror japonés que abarca gran parte de la lista desde el clásico Onibaba (1964) hasta Uzumaki (2000), Kairo (2001) y Chakushin Ari (2003) donde la deformación quita la identidad, nos estigmatiza con la marca del infortunio, nos degrada ante los ojos de los otros y nos alecciona con severidad como lo han hecho las historias de miedo desde siempre: no debemos desobedecer las reglas de la comunidad, no podemos ir más allá de lo permitido.

Ahora usted y yo conocemos los espantos más populares que habitan en las tierras de las geishas, el sushi y el anime. El miedo a lo sobrenatural no tiene fronteras; por el contrario, se adapta a los colores y formas de las culturas para reinventarse al compás de cada idiosincrasia y, así, pueda escurrirse con mayor facilidad por los sentidos del ser humano, atravesar nuestro córtex y convertirse, sobre la piel, en maravilloso y deseado escalofrío.

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