Escribe: Jorge Condorcallo Ccama

Cuando te embarcas en la emoción de realizar el viaje de una nueva serie, con un destino desconocido y un océano de nueve temporadas de por medio, a veces sucede que, antes de terminar de ver el episodio piloto, te lanzas a aguas profundas, sin salvavidas, por la tempestuosa nada que amenaza el horizonte; pero si el viaje apremia desde el inicio con hermosos paisajes, una tripulación de primera, un mar tan inquieto como cautivador y el capitán es un desgraciado que suelta chistes de todo pelaje, tienes claro que será una aventura que no querrás que acabe. The office es la certeza de ese viaje inolvidable.

The office es la comedia estadounidense, adaptación de la versión británica homónima que tiene su epicentro en un lugar insospechado: la oficina de la empresa papelera Dunder Mifflin en la que conviven los oficinistas y un jefe inusual con el ego de un niño mimado y ávido por atención. Puede ser contraproducente o genial que una comedia escoja, como escenario central, un lugar donde creemos que solo tiene cabida el tedio y la impaciencia para que el reloj llegue a las cinco de la tarde, marcar la tarjeta y largarte a casa para echarte a ver la televisión. Fue una ingeniosa decisión: la serie logró despuntar entre las comedias de situación (Sitcom) porque aprovecha los contrastes que provoca la apatía que habita en los cubículos, el papeleo, las ventas por teléfono, el traqueteo de los teclados y los oficinistas, y sus personalidades, que ocupan esas sillas para ganarse el pan y sus interacciones o colisiones que hacen posible el humor y su eco en lo que aparenta ser lo usual de la rutina laboral, estas situaciones provocan las risas encausadas en la empatía o familiaridad porque las vivencias de los empleados de la sucursal de Scranton se asemejan  a las de millones de personas que trabajan, conviven, padecen y hacen padecer en las oficinas del mundo.

The office, al principio, copió con fidelidad el tono humorístico de la versión británica que creó y protagonizó el irreverente Ricky Gervais. En la original se decantaron por los chistes incómodos en una atmósfera opresiva de pesimismo que no fue bien recibida por la audiencia americana en la primera temporada de la adaptación, esta fue una de las razones y la intención de que sea más extensa que la original para que se ponga en marcha la reinvención de The office en la segunda temporada en la que los creativos apostaron por un humor que se sigue asentando en la vergüenza y la incomodidad, aunque ahora reflexiona en las intenciones que llevan a estos momentos de silencio y miradas incómodas, dotándolas de sentido; aunque no de justificación, haciendo con cada episodio un relato más optimista o con menos mala leche.

La salida del protagonista al final de la séptima temporada provocó la ruptura que parecía insalvable en The office y la división en dos territorios bien demarcados y diferentes uno del otro: el primero es el feudo del gerente Michael Scott que es interpretado por un insuperable Steve Carrell en su mejor momento, en esta zona las situaciones cómicas son efecto directo de las decisiones o arrebatos que tiene Michael, incluso las historias paralelas que se desarrollan en la oficina pasan por la mesa de Scott para recibir el visto bueno del gerente. Luego de la imprevista salida de Carrell del cast, los coprotagonistas y secundarios que habían tenido apariciones regulares toman el protagonismo para darle solidez a la serie con el desarrollo de sus personajes y una mayor atención a sus conflictos logrando dos últimas temporadas de un segundo territorio que contra todo pronóstico y desazón por la salida del gerente está a la altura de las temporadas anteriores. La oficina emite su último episodio en mayo de 2014, concluye  de forma más que satisfactoria, cierra todos los arcos y responde a cualquier duda que se haya propuesto en la pantalla, incluso Steve Carrell reaparece, sin el protagonismo que tuvo, en los dos últimos episodios para cumplir con la demanda y complacer al gran público que lo extrañaba y reclamaba.

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El éxito de The office que se estrenó en 2005 probablemente tenga relación con las siguientes ideas que apunté ni bien finalizada mi maratónica revisión de la serie:

Es una oda a la torpeza, muchas de las risas que soltamos son causadas por el comportamiento y empoderamiento del torpe que pretende mejorar el mundo de la oficina con las mejores y peores ideas que la autosuficiencia le pueda dictar; otro aspecto que resalto es el festejo y crítica que hace a los sinsentidos de la burocracia y al corporativismo, un sistema que ha colocado en un puesto gerencial a quien está poco o nada preparado para ejercer esa función y,  sin quitar méritos, a la par van algunos empleados en sus escritorios, inamovibles, que brillan por su mediocridad o desgano. En el show, ellos y los que sí quieren trabajar, son arrastrados por la arrolladora procrastinación de Scott en bien de su necesidad biológica de atención y reconocimiento por hora, esta dinámica ocasiona que los peruanos comparemos con gran acierto la sátira que ejecutan los empleados de Dunder Mifflin con la realidad que parasita el sistema público para martirio de quienes acudimos a este por sus servicios: Essalud, Reniec, etc. Y la comedia se hace tragedia.

Es definitivo que el insoportable Michael Scott es, aunque él lo niegue, el principal responsable de la remontada que tuvo la serie, es un jefe singular con ínfulas de un líder carismático que no es y presume grandes habilidades que le son ajenas e incluso enemigas declaradas, las decisiones impulsadas por su espíritu pretencioso lo llevan a él y a sus pobres subordinados por derroteros de los que pocas veces sale bien librado y la vergüenza indisimulable, tanto propia como ajena, cierra los hiperbólicos lances de este quijote del mundo ejecutivo. Al tratar de mejorar las relaciones entre los empleados, con buena intención de gurú corporativo, hace todo mal para acabar exhibiéndose sexista, racista, homofóbico y peor; entonces agachas la cabeza y escondes la cara por vergüenza, indignación y una imposible veta de risa que se abre en la consternación. Te sobrepones conforme avanza el capítulo y entiendes a Michael porque lo hace con ímpetu e ingenuidad que rayan en lo infantil, así que no puedes enojarte con él como no puedes enojarte con tu hijo pequeño que ensució tu celular con crayones y para enmendar su error lo mete al agua con jabón para lavarlo y que quede como nuevo. Al final del día, del capítulo, de la serie el maldito capitán del barco es un canalla y un tonto adorable y como dijo Jim en el capítulo Goodbye, Michael: «Es el mejor jefe que he tenido».

Encontré en mis reflexiones dos aspectos o subtramas que creo fueron potenciadores de la serie: la historia de amor de Jim (John Krasinski) y Pam (Jenna Fischer), la suave recepcionista y el vendedor carismático, en gran medida responsables de mantener a flote la serie luego de la salida de Carrell. La narrativa del amor conmovió por su sinceridad y sencillez, en las primeras temporadas Jim y Pam son buenos amigos, su amistad se cimentó en la camaradería del trabajo y los guiños de complicidad que se lanzan para fastidiar a Dwight.  Pam está comprometida con Roy (David Denman), pero es evidente que tanto ella como Jim suspiran el uno por el otro desde el primer capítulo. El romance florece entre fotocopiadoras y Premios Dundies, evoluciona con los conflictos propios de una pareja, dosificando con drama la historia que no concluye en el primer beso o en el vivieron felices para siempre tras salir de la iglesia, sin duda unos de los amores mejor contados en la ficción televisiva. El otro as es el factor Dwight Schrute (Rainn Wilson), su comportamiento extremo llama siempre a la hilaridad, él es en sí una broma andante, una caricatura en acción por su personalidad extravagante e ideas draconianas que ocasionan que no lo tomen en serio y menos como candidato a la gerencia, pero es, en contrapartida, un vendedor eficiente, con conceptos claros de lo que hace, seguridad de sobra y posiblemente el único de la planilla que ama el trabajo que realiza lo que revierte la burla a quien se la dirija porque si lo cuestionas por lo que es y hace, este loco  ̶¿hay que estarlo?– vive la ambición de cualquier hombre sensato: disfruta haciendo aquello que le da dinero para vivir. Dwight tiene una rivalidad inagotable con Jim que ha causado las peores-mejores bromas que en muchas ocasiones son la apertura y leitmotiv de cada capítulo, en ellas Jim con ingenio saca de quicio a su compañero, se aprovecha del difícil carácter de Dwight para que su enojo sea la marca del triunfo del plan bien ejecutado.

Y haciendo el símil con la música: las voces son fundamentales, pero no pueden trascender sin el acompañamiento de una orquesta de instrumentos afinados y perfectamente ensamblados por lo que merece créditos el meritorio trabajo del elenco conformado por Stanley (Leslie David Baker), Meredith (Kate Flannery), Phyllis, (Phyllis Smith), Ryan (B.J. Novak), Kelly (Mindy Kaling), Creed (Creed Bratton), Kevin (Brian Baumgartner), Angela (Angela Kinsey), Oscar (Óscar Núñez), Erin (Ellie Kemper), Andy (Ed Helms), Darryl (Craig Robinson), Gabe (Zach Woods) y Toby (Paul Lieberstein) quienes dejan de ser parte del decorado para tomar forma en cada avance de la serie, con participaciones que dan nuevos matices a la oficina y sirven como eficaces contrapuntos de la comedia.

The office es una excelente sitcom coral que utiliza el formato de falso documental para romper la cuarta pared y comprometer al televidente con las confidencias que cuentan los personajes a la cámara, haciéndonos cómplices de sus vidas con un simple gesto, quizás sea esta innovación, sin demeritar las actuaciones, la que la hizo merecedora de varios premios a lo mejor de la televisión. Es desfachatada e incorrecta en tiempos en los que comienza a tomar fuerza la corriente de revisionistas que catequizan en nuevas sensibilidades y echan a la canasta de la censura todo aquello que pueda afectar a los grupos minoritarios. Los gags inocentemente irreverentes la encumbraron en su momento y volvieron a hacerlo en los años de pandemia, la favorita de las plataformas del streaming talvez porque la crisis más fuerte de salud del siglo XXI nos hizo apreciar las cosas por lo que son y no por quedar bien con los que nos dicen que debemos leer, ver y escuchar, los policías del pensamiento.

The office es de un humor que progresa hasta hacerse entrañable, se hace querer, como cada uno de los personajes que trabajan en Dunder Mifflin porque, según la tesis The office, es posible que lo maravilloso puede ocurrir en cualquier parte, incluso en el piso de unos oficinistas que venden papel.  Y eso, en verdad, es muy impresionante (Eso fue lo que dijo ella).

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