Escrito por: Carmen Rivera
Docente Universitaria

En la andanada de voces que reflejan sin sentidos ecos perennes que traspasan los tiempos, surgen como gotas de lluvia que humedecen el suelo árido, “petricor” que llena vacíos y que estremece al unísono al escuchar los versos esta vez con latido femenino “en la mesa de todos los días/ en los mansos atardeceres/ en el polvo de la ventana/ en la monótona arena de la playa/ Mansas manos/ mensajes monosilábicos” (Peri, 1979).
Esas gotas son tempestades, cada palabra en todos los tonos desvisten las voluntades y apresan ese algo que en un momento era murmullo, un verso debido, que se otorga a lo que se acalla, imposible de invisibilizar: desgarra, sangra, gime y erige con su propia piel un cuerpo compuesto de erotismo y sensualidad. “Escribir un poema es reparar la herida fundamental, la desgarradura. Porque todos estamos heridos, las imágenes solas no emocionan, deben ir referidas a nuestra herida: la vida, la muerte, el amor, el deseo, la angustia” (Pizarnik, 1970).
Inevitable e impostergable una muestra perfecta de la osadía del sentir en todos sus ángulos, imperfectos, asimétricos que se curvan ante la presencia de la voz, voz femenina que fluye en la poesía vistiendo de ritmo la existencia y la materializa con sensualidad pura y plena, la frustración no tiene espacio, se la despide, el territorio es mujer.
En ella no hay evocaciones, ni reminiscencias, la naturalidad con la que fluye es fruto de sí misma de la conquista del apropiarse las palabras, “La que indaga y persigue: ésa soy. La que atrapa y domina hasta la náusea. Y luego se tiende y repite obsesiva el pálido gesto de la entrega” (Dreyfus, 1980).
Una a una, vocal y consonante, forman el poema con alevosía para adueñarse de la inspiración magnánima que engendra y que canta lo que ya no se oculta, que expresa lo que no se puede decir. Sesgos inútiles que rompen la prohibición de lo establecido, un molde que ya no seguimos, estamos vivas con un grito convertido en verso. “Te he engendrado en mi lumbre y mi universo, en tu forma plural he proyectado la queja vaga y el afán disperso” (Urquiza, 1943).
No se consume, el fuego arde, se aviva más para proyectarse y hablarse, la poesía se comenta se transmite, para de nuevo encontrar en revelación un bastión.