Por Jorge Luis Quispe Huamaní

Le pregunto a destajo al escritor colombiano Juan Gabriel Vásquez si la ficción está en riesgo tal y como advierte en las conferencias Weidenfeld agrupadas en su libro: “La traducción del mundo”.

«Yo creo que están pasando cosas que me permiten preocuparme por el lugar que tiene la ficción que para mí es tan importante. Nos permite imaginar a nosotros y al hacerlo las novelas son una invitación a la tolerancia aceptar la diferencia de los seres humanos y yo creo que estamos pasando por un momento muy extraño en el que los escritores, los novelistas vuelven a sufrir la persecución de los estados y de los poderes públicos, no es que haya dejado de suceder esto, siempre ha ocurrido, pero ahora nos toca más de cerca a nosotros los latinoamericanos.

Por ejemplo, Sergio Ramírez y Gioconda Belli, escritores nicaragüenses viven el exilio en España porque fueron expulsados por la dictadura de Daniel Ortega en Nicaragua. Sus nacionalidades les fueron retiradas, sus bienes confiscados, están perseguidos por ser voces que hablan de lo incómodo».

Vásquez continúa. Agrega que hace relativamente poco el escritor Salman Rushdie sufrió un ataque con un cuchillo por un fanático islamista que estaba llevando a cabo una especie de condena de muerte que había sido dictada en contra de Rushdie en el año 89 imagínense ustedes por la única razón de escribir una novela que se llama “Los Versos Satánicos”. Y ahora recibió este ataque que casi lo mata, se recuperó porque es un hombre de una resiliencia y una resistencia inverosímiles. Pero perdió un ojo y quedó seriamente afectado.

Y además puso en escena esto: la amenaza que un novelista libre le provoca a los regímenes totalitarios, a los fanáticos religiosos y a las dictaduras políticas. A mí me preocupa que no hayamos dejado atrás esa tendencia que tienen los sistemas cuando se vuelven autoritarios o fanáticos, de perseguir, amedrentar atacar y a veces asesinar a los escritores.

Y con esto termina de responderme o aleccionarme: Bajo el rótulo de “apropiación cultural”, nos dicen que solo debemos o podemos escribir una historia de ficción desde una identidad que es como la nuestra. Una identidad racial, sexual, nacional, es decir, se prohíbe ahora a un escritor o a un actor contar el mundo, interpretar un papel desde una identidad que no es la suya, se considera que se está violando algo.

Un caso particularmente extremo de una traductora blanca, holandesa a la que le fue encargado la traducción de un poema muy bello de una poeta negra. Y hubo un escándalo en las redes sociales. Le prohibían a la traductora por el hecho de no ser negra traducir el poema de una mujer negra.

Yo entiendo de dónde viene esto. Nos preocupan enormemente las historias que nos contamos, las historias nos definen. No queremos que nuestra historia la cuente otra persona. Y eso nos preocupa. Pero, el prohibirle a la imaginación literaria que habite la vida del otro, que se interese por la vida del otro hasta el punto de querer ver el mundo desde ahí, mediante los artificios de la ficción es perder algo grave, es limitarlos, limitar nuestra empatía y nuestra imaginación.

Cuando fingimos que somos otro enriquecemos el campo de lo que entendemos como seres humanos e invitamos a los lectores a que enriquezcan su visión de lo que es un ser humano. Cuando ponemos prohibiciones como la de contar el mundo desde una identidad que no es la mía, estamos quedándonos sin una de las herramientas de investigación más bellas que tenemos los seres humanos que es la imaginación de los demás.

Es un síntoma de nuestros días esta conversación. A mí me entristece porque perderíamos muchísimo si dejáramos de usar la literatura para imaginar el mundo desde el lugar de otro.

La manera de ser un escritor

El autor colombiano explica que Mario Vargas Llosa es una de las personas más importantes en su vida, como lector y también para su vocación literaria.

Detalla: «He dicho muchas veces que sus novelas me han marcado, me han enseñado, me han apuntalado mi vocación, pero aún más que sus novelas, su manera de ser escritor, para mí ha sido tremendamente importante. Con esto me refiero a su manera de asumir el oficio literario como una vocación devoradora, que no da tregua, que debe ocupar el centro de nuestra vida y devorar todas nuestras energías, que no admite ser compartida.

Para mí ese modelo fue absolutamente definitivo en los momentos más difíciles, cuando yo era estudiante de Derecho, me di cuenta de que lo que quería ser en la vida era apuntar a escribir novelas. En ese momento el ejemplo de Vargas Llosa, la posibilidad que presentaba la vida de alguien como Mario Vargas Llosa fue tremendamente importante. Y entendí gracias a él que esto solo se hace mediante el trabajo, mediante la disciplina, la dedicación, la dedicación como una forma de la pasión también.

Y en ese sentido, ese modelo de escritor que él dejó, que está en ensayos, en entrevistas, en libros como “La Orgía Perpetua”, para mí fue muy importante. Luego tuve, por azares que me siguen pareciendo imposibles, tuve el privilegio de conocerlo, e incluso de tener con él una relación que puede llamarse amistad. Para mí fue un privilegio enorme, es como si él hubiera podido ser amigo de Flaubert o de Victor Hugo».

—¿Qué es lo último que recuerda de Vargas Llosa? —lo interroga un amable colega.

«Bueno, lo vi por última vez en algún encuentro como este, en una bienal, la bienal Vargas Llosa, y lo que recuerdo fue una conversación sobre la novela que acababa de terminar, que se llamaba “Un champancito hermanito”, y que al final se llamó “Le dedico mi silencio.”

Lo que detecté hablando con él del libro que acababa de terminar, fue una relación absolutamente maravillosa, de que no había perdido un grado de ilusión, digamos, por este libro que iba a salir, con respecto al escritor que escribió “La ciudad y los perros” a los veintitantos años. Él seguía sintiendo la misma pasión por su oficio, la misma ilusión de lanzar un nuevo libro en el mundo, la aventura que era escribir un libro, eso nunca lo perdió.

Como tampoco perdió la curiosidad por los demás, me preguntó qué estaba escribiendo. Después de volver la vista atrás, se interesó por hablar de libros que hubiéramos leído, que nos hubieran gustado.

Yo creo que para mí una de las grandes lecciones de Mario es eso, haber llegado al final de su vida con la misma pasión, la misma curiosidad, por este oficio que lo hizo tan feliz, que me hace a mí tan feliz, que es la literatura.