Por Huber Valdivia Pinto. Asesor y Consultor

En mundo globalizado, el intercambio de bienes y servicios es cada vez más pronunciado. Se traduce en las importaciones y exportaciones. Y para nuestro caso trataremos este intercambio, vía ventas o negocios, de los productos agropecuarios.

Las exportaciones son la colocación de productos, principalmente agrícolas, generando variados beneficios; desde la introducción de tecnología en el manejo del agua, la postcosecha, conocimiento del mercado y las fortalezas generadas en la inversión privada. En el año 2005 se exportó 1,551 millones de dólares, y después de 20 años se ha crecido casi 8 veces, US $ 12,728 millones. Es necesario acotar que muchos productos agrícolas del país no han crecido siquiera el doble.

La estrella de este boom exportador es el arándano. El año 2012 se exportaba 465 mil dólares, y para el 2024 se alcanza una increíble cifra de 2,270 millones de dólares. En este caso se involucró la empresa privada asumiendo riesgos, pero al final se logró el éxito con creces. También el gobierno tuvo un rol importante de facilitar algunos tributos y otros beneficios. Se considera que la agricultura de arándanos involucra 200 mil hectáreas en el país. Aunque distante de los 11 millones que existen en el país, de los cuales solo 4 millones de hectáreas están bajo riego.

Respecto a la tecnología agrícola, no está comprometiendo, o lo está en términos frágiles, al pequeño y mediano agricultor; aunque algunos han mostrado alta productividad, pero es poco. Son necesarias políticas para este involucramiento, y no es una dádiva del Gobierno, sino cumplir con su rol promotor del desarrollo agrícola del país. Ver art. 88 de la Constitución Política del Perú: “Apoyar el desarrollo integral del sector agrario”.

Por otro lado está la importación de alimentos. Esta tiene otro ritmo de crecimiento, pero lo que mas preocupa es la dependencia de estos productos, que ha cambiado el habito de consumo en las últimas décadas. Ahora dependemos mayormente del aceite, en diferentes formas, que lo vinculan con las frituras y para otros quehaceres. También se profundiza la importación de maíz amarillo duro, vinculado a la producción de pollos y porcinos. Importamos el 80% vs el 20% de la producción nacional. Del trigo se importa más del 90% de lo que requiere el país. Lo mismo sucede con la leche, pero en este caso por la baja productividad láctea.

El 2024 importamos por un monto de 6,136 millones de dólares, mucho menos que las exportaciones. Pero eso no es un consuelo. Lo que se busca es una reflexión de esta dependencia de productos foráneos, cuando en nuestro país podríamos producirlos.

Asimismo, ante la confusión mundial que se están generando por las decisiones tomadas por Estados Unidos, es incierto el comportamiento de la oferta y precios de los productos que importamos. Para atenuar esto se debería contar con políticas de producción de alimentos que tengan mayor productividad y asociado con la reconversión de nuestros hábitos de consumo.

El camino es difícil y ya hubo algunos gestos hace algunas décadas. Recordamos el impulso que se hizo al consumo de pescado. Esa sigue siendo una alternativa ahora que hay tecnología para el manejo de productos procesados o congelados. También tenemos productos de alta productividad que deberían ser considerados en el cambio de la matriz de consumo del poblador nacional. Tenemos la papa, arroz, yuca camote, maíz, entre otros, pero hay que hacer el esfuerzo de mejorar los niveles de productividad accediendo a tecnologías modernas, generando rentabilidad de los productores y mantener una oferta constante a la población.

A un plazo muy corto podemos disminuir las importaciones con producción nacional. Como es el caso de: lácteos y sus derivados, algodón, azúcar, carne, menestras, entre otros. En el año 2023, se importó el equivalente a US $ 48 millones de alimentos para perros. Nos preguntamos: ¿Es complicado producirlos?