Tras la terrible muerte de Paúl Flores García, vocalista del grupo de cumbia Armonía 10, no queda más que pedir que esos criminales, esos malditos, esas escorias que provocaron todo esto sean procesados. Y no me refiero solo a los sicarios, sino a sus cómplices: Dina Boluarte a la cabeza; su premier Gustavo Adrianzén; su ministro del Interior, el impresentable, Juan José Santiváñez; y toda esa sarta de vagos que están ganando sueldos de escoria en el parlamento y que se hacen llamar padres de la patria.

Es a ellos a quienes hay que juzgar con todo el rigor de la ley del Estado de Derecho y con el rigor de la Ley Popular. Por culpa de esos políticos miserables la voz de Paúl se apagó para siempre. Esos insulsos que no se han cansado de repetir que «todo está bien», «el crimen no se ha incrementado» o que «son casos aislados».

¿Qué se necesita para que nuestras autoridades abran los ojos y despierten de ese sueño del mundo utópico en el que están viviendo? ¿Cuántos muertos más? ¿Cuántas familias enlutadas y cuántos peruanos deben derramar su sangre para que actúen?

Lo que pasó la madrugada del domingo con el bus de Armonía 10 debe ser la gota que derrame el vaso y movilice a la ciudadanía, si es que el Congreso no hace nada concreto. Porque ese anuncio, casi forzado, de que interpelarán a Santiváñez no cambiará nada. Si sale entra otro igual o peor, eso es seguro. Lo que se necesita es reestablecer las leyes que luchaban contra el crimen organizado y derogar todas aquellas que estos congresistas cómplice del crimen aprobaron para beneficiarse de pasadita ellos mismos.

Que se vaya Santivañez, sí. Pero que también se vaya Dina, que se vaya este gobierno que no logra nada más que escándalos.

Ojalá que en Arequipa no haya autoridad alguna que salga o continúen con el discurso de que aquí no pasa nada. Porque en Arequipa también el crimen está creciendo. Los sicarios están tomando la ciudad por asalto y la están convirtiendo en su patio de juegos de guerrilla, crimen y miedo. Lo que necesitamos son acciones rápidas; cortar de raíz la delincuencia. No queremos más extorsiones a ciudadanos honestos. No queremos llorar a más familiares, amigos, padres o hermanos por culpa de la ineptitud de quienes nos gobiernan.