Por: Sarko Medina Hinojosa
De verdad… no sé cómo empezó. Creo que no tenía ganas de comer y fingí que la carne estaba pasada y la ensalada, como siempre, no tenía limón… Debería acostumbrarme, pero no estaba bien, ya sabes: el cansancio me ganó. Además, él ya vino con ganas de pelear, vino a traer sus problemas, sus crisis, sus dolores, y trató de refugiarlos conmigo. Te soy sincera, antes eso me encantaba, me hacía sentir importante en su vida; ahora me asfixia. «Soy una mujer, no un estropajo», siempre me repito eso. «No soy una pared donde se pueda estrellar su cólera, NO». Y luego me llora sin lágrimas, me desea y yo a él y… bueno.
Dudo, y en verdad dudo, que él entendiera eso en ese momento, solo porque gastó dos cincuenta en mi menú. Y después: «Que no era fácil conseguir dinero y que acaso no pienso en mis hermanos en mi pueblo, que ni siquiera prueban carne en meses como yo, y que su madre, SU MADRE, trabajando 12 horas al día en ese pueblo tan lejano de él y de tan puro aire, debería irme ahí para respirar en paz un momento…». Lo sé: divago, pero es que esa no es la manera de reclamar. ¿Qué sabe él de ser mujer y todavía provinciana y, peor aún, sobrina de caridad ajena?
Él no sabe de mis cambios de temperatura, de esos dolores que vuelven cada mes y que me vuelven loca, porque él no los sentirá, pero yo sí, y me siento sucia y malhumorada. Y yo me tengo que estar bañando a cada rato por él, por él que no se afeita continuo y no entiende que irrita la piel de mi cara con su barba. Pero ¿lo intenta? ¡NO! Se juega su fútbol, se gasta treinta, cincuenta soles en sus amigos, ¡y se queja de dos cincuenta! Y mi hermana que «¿Cuándo vas a terminar con ese abusivo?, porque es un borracho y te puede pegar». Ay, ay, si supieras que yo lo golpeé primero, eso pasó después de comer.
Al salir me estuve arrepintiendo de no haber comido, pero ni siquiera se calló: «Que si me sentía feliz por lo que había hecho», «si así decía que lo amaba», y yo gritando en mi corazón, con mis ojos: ¡Sí, idiota! ¡Sí te amo! ¿No ves que no te respondo para ya no pelear más? Y él dale con que si no lo amo, y yo «ja, ja» cuando mencionó el ahorro… Estalló: «¿De qué te ríes? ¿Te parece bonito, ah? Yo te hablo y tú te ríes, ¿no? Eres una, ya sabes, esa palabra fea, y no entiendes nada. ¡Nunca haces nada por la relación!». Se atrevió a decir eso, ¿puedes creerlo? Sí, pues: «¡Yo!» Empecé la pelea. «No bastará —dije— hasta que me veas llorar, ¿y ni así te sentirás contento?». Él tronó y me jaló mientras decía: «Ahora sí ya me hartaste. Te ríes, ¿no? ¿Qué crees? ¿Que riendo no se van a dar cuenta de que estamos peleando?». SÍ, tienes razón, idiota, nos ven. Con lo que te gusta hacer el papelón, huevón. Disculpa, pero así pensé, y si no lo dije en voz alta fue por el miedo a que me pegara en la calle.
Pero me pegó después, como te sigo contando (este jugo nos va a caer a pelo a los dos, ¿o a las dos? Umm… Ya verás) y me jaloneó ¡Sí! Más todavía, y me llevó al parque enfrente de la «U». ¡Cuántas veces me contó que se emborrachó allí! Cuántas más me contó que venía con sus amigos de pera y chicas del Arequipa a jugar botella borracha. Sí, cuántas veces me retrató la manera en que se besaban, y ahora me llevaba a mí, dizque su amor, «su novia», me llevaba a pelear y después trataría de amistar las cosas. Pero yo ya no estaba de humor; claro que lo entendía: estaba con deudas y hasta le dolía la muela al pobre, pero trataba de entenderlo y… Lo sé, me estoy disculpando, tú lo sabes, ¿no? Pero no es mi culpa.
Él, después de gritarme, apretarme el brazo y tratar de besarme a la mala con ese aliento caliente que tiene cuando se enoja (y tú ya debes saber que me molesta) me dijo: «¿Qué quieres en verdad?». Yo: «Terminemos», y él con su conocido: «Ya, pues». Hizo el intento de irse, y como siempre (siempre, amor, siempre lo haces, ¿no?), se volvió a los tres pasos y regresó. ¡Pero me sorprendió esta vez! Me cogió de nuevo el brazo y me jaló hasta la avenida. Entonces para un taxi y me dejó pasmada. Dijo: «Hasta el grifo Paucarpata, sí, en la Guardia Civil, una cuadra más abajo, ¿sí? Dos, china… ¡ya!». Y yo por dentro: «Tu cena, tonto». Y ya dentro del carro no me duró la paz: «Maestro, mejor a Miraflores, al Parque Mayta Cápac». No dije nada, me confundió, aunque esperaba que por primera vez me dejara en mi casa y se fuera, pero no, tenía que terminar la pelea en su cuarto, tú sabes.
Al llegar fue a la farmacia por su pastilla para la muela. Al regresar me alentó a irme, le dije «Ya, pero no me sigues». Ya sé, era imposible. Y dicho, pues, me llevó a su cuarto. No conoces por ahora ese cuarto, con su olor a hombre recién destetado, con su hurón disecado mirándome con risa y el dibujo de mi cuerpo desnudo en la pared. Mi cuerpo y su cuarto… encajan como su boca en la mía, y pensar que en ese cuarto… pero ya no siento si soy su enamorada o su objeto. Pero esta vez no trataría de seducirme, sino que empezó a gritar que ya no lo quiero, y yo tratando de irme, y luego él jalándome, diciéndome, pidiéndome tiempo y yo llorando. ¡Solamente quería irme! Me dijo que, además, yo sabía que no nos podíamos separar, que éramos UNO. Amor, ¿por qué me haces sufrir? CONTESTA… Sí, amor, no podemos estar lejos, pero ahora tampoco cerca ya.
La verdad es que debí decirle que ya me aburrí de sus problemas, y que lo amo pero no doy para tanto. Pero no fue necesario, me sacudió más fuerte y no aguanté: le di el manazo justo en el lado de la muela careada. Me miró con una cara de cojudo única y luego me pegó un cachetadón tal que pensé en ti, pero te juro que es la primera y última vez. Después él se derrumbó, suplicó, lloró y consiguió un leve perdón, un perdón mentiroso y de pena, sin ganas ya de ser verdad, un perdón triste. Es que ya se pasaba la hora y no podía llegar más tarde a mi casa. Se despidió con promesas de redención, me ama y yo lo sé.
En el carro pasaron, por mis ojos y labios, todos los cuatro años de andar de enamorados, las tres sacadas de vuelta por parte de él y una mía, las llamadas de borracho a media noche, las plantadas, ¡y hasta el anillo que nunca me compró! Y… Dios perdóname, pero hasta eso llegué a hacer por él: aborté. Sí, lo sé: nunca me lo perdonarás, pero espero que jamás te lo repita de esta forma. Si lo entendieras… ¡No! Eso fue imperdonable, pero ya no volveré a cometer más errores, ¡te lo juro! Y voy a empezar por no volver a ver a tu padre, así me duela, y después se lo diré a mis tías. Pero por ahora vamos a preparar un puré de papas, porque no sé, pero me he antojado de mezclarlo con espinacas… Sí, ya sé: es sugestión mía… ¡Y qué! Estoy embarazada y voy a ser tu madre y debo estar fuerte para todo lo que vendrá por los dos, o por las dos. ¡Así que a preparar la comida se ha dicho!
Arequipa, 2 de septiembre del 2008