Escribe: Carmen Rivera, Catedrática Universitaria

“por todas las manos que esa tarde, / su noche y su mañana, me tocaron, / podría jurarte ahora, / …que, cuando yo nadaba en el líquido amniótico/ de tantos cuerpos juntos, / en su perfume a sándalo gastado…/ no escuchaba los címbalos sino mi corazón, / y mis dedos buscaban bajo una piel y otra/ el flujo de tu sangre” (Rocha, 2010).

La marca primigenia de la poesía de Lidia es la turgencia de la composición de su yo, verso a verso convulsiona la palabra para volverla significante, envolvente, entendible solo para quienes experimentan esa pasión enmudecida por lo prohibido, por lo subversivo, su poesía es intensa en cada momento, rompe el tabú, ese disfrute indefinible que no se dice, la plenitud de lo femenino que no se habla, de esas buenas maneras que en realidad ocultan el anhelo por la entrega, del roce sin parámetro, lo impertinente, la contravención del cuerpo “al resplandor de fuego de la orgía, las hebras enroscadas de unos cabellos negros sobre el óvalo, la pulpa de unos labios, la tentación dispersa y mis manos hundidas en un cuerpo que era copia del mío y que temblaba…” (Rocha, 2019).

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“Esos amantes se han ocultado uno al otro su corazón. Se dieron en cambio nubes de colores que se abrían en magnolia o dragón chino y caían lluvia de pólvora dispersa. Perdieron los temblores … en la noche sola” (Rocha, 2019). Lo explícito de la sensualidad se construye a través de tejidos de una extrema delicadeza, sexo y mujer una amalgama perfecta que olvida la vergüenza, para satisfacer necesidades y deseos, la palabra se desliga del poema para configurar la sencillez de la fruición sin límites.

Es Lidia Rocha nacida en Argentina, quien compone en sinfonía el anhelo y el deseo en una sola partitura, le restituye al sentir la interminable melodía mística del deseo que se percibe en la unión de los cuerpos perenne, febril, con una sola voz cantante, la del clímax compartido por la urgencia blasfema de la intimidad como un conjuro eterno, una profecía realizable, un sí interminable “Morderla. Hacer que grite, que te diga por qué, de qué otro modo, que justifique la mirada ausente, el desenfoque de sus ojos, que te mienta. Abrazarla como a una niña loca, tocarle los días que le faltan. Y que gatille” (Rocha, 2019). Al final no hay interrogantes, ya fueron respondidas de mil maneras, sensaciones contadas, el poema es testigo y las palabras testimonio, la escritura se hizo en tinta indeleble desde lo más hondo, pero no del corazón.

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