Escribe: Víctor Miranda Ormachea

De un tiempo a esta parte la distinción entre lo genuino y lo genérico es tan difusa como el eco de un grito en la montaña. En un momento en el que los mas jóvenes se han entregado con fervor a la corriente del indie latinoamericano, uno no puede evitar preguntarse: ¿por qué? ¿Realmente hay algo especial ahí?

No pretendo dar la consabida explicación de que el indie no es un género sino una denominación para la música independiente. Simplemente diré que para fines de la presente nota, tomaremos al indie como un sonido y un género perfectamente identificables. Así fácilmente sabremos que bandas como Arctic Monkeys, The 1975, The Vaccines, Arcade Fire, The Strokes, Cage the Elephant e infinidad de nombres que han resaltado por lo menos quince minutos en la estela sonora, se mueven en dicho ámbito.  

Y, claro, el término está desgastado y se ha vuelto un cliché. No solamente por lo común y simplista que resulta apuntar con tal adjetivo a un acto musical, sino porque el sonido en sí de lo que actualmente denominamos indie, se ha tornado en un lugar común, un molde genérico que ha dado lugar a la aparición de cientos o miles de bandas absurdamente homogenizadas.

Pero si Europa o USA ya tienen copado el género con manadas de bandas indistinguibles que impactan en los adolescentes y jóvenes, y son infaltables en festivales, imaginen cuanto más se está llenando el pozo del indie genérico con las versiones latinas, asiáticas, africanas o de por doquier en el orbe, de aquellas bandas.

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No hace falta tampoco ser un crítico veterano para notar que la música indie, alguna vez refugio para la autenticidad y la originalidad, ha sido colonizada por un ejército de imitadores que parecen haber salido de una fábrica de clichés. Bandas peruanas, argentinas, mexicanas, colombianas, chilenas e incluso españolas se presentan como la vanguardia de la música latinoamericana, pero solamente hacen gala de una alarmante uniformidad. Artistas que quizás puedan poseer un encanto superficial, son en realidad versiones diluidas de sus contrapartes estadounidenses o europeas. La esencia de lo que conocíamos como música independiente, ha sido sustituida por un estereotipo de «indie bubble gum», que ofrece un menú insípido y predecible en un ejercicio omnipresente de monotonía globalizada.

Pero, quizás la responsabilidad de todo esto recaiga en la audiencia. Una generación a la que se le dificulta establecer parámetros de calidad para la música, habituados a una dieta sonora diseñada para el consumo masivo. O quizás deberíamos culpar a la siempre malevolente industria que ha optado por ofrecer productos que “funcionan» en lugar de «ser reales». En tal caso este fenómeno no es meramente una cuestión de falta de discernimiento, sino que es un reflejo del estado del arte y de la cultura popular en la actualidad; donde la originalidad ha sido reemplazada por una imitación estandarizada que solo sirve para llenar espacios en playlists predecibles

En última instancia, el verdadero desastre es que en este mar de mediocridad, la capacidad crítica parece haberse ahogado junto con las últimas notas de un estribillo pegajoso. Por lo que el real desafío no radica en encontrar a los pocos artistas genuinos en el panorama, sino en recuperar la capacidad de reconocer y valorar lo que es verdaderamente excepcional en un mundo inundado genéricos.

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