Pallaqueras: no todo lo que brilla es oro
Pallaqueras: no todo lo que brilla es oro
En Rio Grande hay al menos 80 mujeres que se dedican a seleccionar rocas en busca de las últimas pepitas de oro.

Río Grande, en la provincia de Condesuyos, es un foco más de la actividad minera artesanal que cada año crece en Arequipa. Pero no todo es bonanza. Mucha gente llega de otras regiones y comunidades buscando el trabajo que no hay en sus pueblos y en las ciudades. Aunque lo cierto es que apenas subsisten.

Roberth Orihuela

Dicen que las mujeres no pueden ingresar al socavón. “La gringa”, como le dicen los obreros mineros a la veta de oro por su color dorado, se pone celosa y se aleja y se pierde. Muchas minas artesanales se han perdido luego de que alguna mujer se atrevió a entrar a una de esas cavernas, cuentan los mineros. Es una ley no escrita, que todos en la mina conocen y hacen respetar. Y aunque algunos ya no creen en ello, en la zona minera de Alto Molino, en la parte alta del valle de Ocoña en la parte intermedia de la región Arequipa, la norma sigue vigente.

Por este motivo, a las mujeres que quieren aprovechar la bonanza del oro no les queda otra opción que convertirse en “pallaqueras”, seleccionadoras de rocas que los mineros arrojan como desperdicio luego de obtener las mejores con la mayor cantidad de oro entre sus entrañas. Estas mujeres son el escalón más bajo del proceso de la minería artesanal informal en el sur del Perú y, fuera de lo que se pudiera pensar, apenas obtienen ganancias para subsistir y sostener a sus familias.

Una dura vida en el cerro

Gregoria Vilcas sube el cerro lleno de piedras tan rápido que lo hace ver fácil. Coge una roca, la mira, le da vuelta, lo analiza en sus manos, la golpea contra otra roca para tratar de partirla y la arroja dentro del saco. Coge otra idéntica a la anterior, la revisa y la devuelve al cerro. “Aquí no hay oro”, dice y sigue con su trabajo. Después de unas horas de trabajo decide descansar un rato.

Mientras conversamos saca una bolsa llena de hoja de Coca y empieza a chacchar. Cuenta que el esposo de Gregoria era obrero minero en Huancayo. Luego de un accidente la empresa lo abandonó a su suerte. Quedó herido y con males en los pulmones. Con el dinero que tenían empezaron un negocio de elaboración de ladrillos en el que participaba toda la familia. No les iba muy bien pero alcanzaba para vivir. Hasta que una lluvia torrencial se llevó todo el cargamento que ya tenían comprometido. Se fueron a la quiebra. Las deudas y la necesidad de trabajo no la dejaban dormir.

Su esposo encontró un trabajo en la zona de San Juan de Chorunga, en la provincia de Condesuyos, y luego escuchó sobre Secocha. Las minas daban buena plata y convenció a Gregoria de irse juntos. “Abandoné a mi bebé de 2 años con mis otros tres hijos en Huancayo. Ellos han crecido casi solos, pero ya son profesionales. Eso es mi orgullo”, continúa contando casi entre lágrimas. La última de sus hijos está en cuarto de secundaria y quiere ser maestra. Gregoria dice que la apoyará y seguirá pallaqueando por lo menos siete años más hasta que su hija sea profesional. 

Pero asegura que se quedará en Río Grande, porque su esposo cada vez está más grave de los pulmones. Aunque ella no está mejor. Sus rodillas y su cintura están dislocados e inflamados. Lo que apalea tomándose fuertes pastillas para el dolor cada mañana antes de subir al cerro a pallaquear. “Es nuestro destino”, agrega.

Gregoria Vilcas ingresó a la minería informal por necesidad.

Mujeres resilientes

Celia Challa es otra mujer seleccionadora de rocas, y también es la presidenta de la Asociación de Seleccionadoras de Río Grande, que agrupa a al menos 80 mujeres que se dedican a esta actividad este distrito. Explica que la mayoría son madres solteras, abandonadas o que perdieron a sus maridos, y que hoy deben asumir la manutención de sus hogares. Ella misma es madre soltera. Tiene una hija y su pareja la abandonó. Ante la falta de oportunidades decidió ingresar al pallaqueo.

La actividad es simple pero muy dura. Todos los días deben acudir a las 4 de la mañana hacia los andariveles ubicados en la orilla del río Ocoña. Allí esperan hasta que son trasladadas hacia el cerro. Allí empiezan a recoger las rocas. Como están organizadas se reparten los desmontes de las labores mineras. Tienen un cronograma y hasta horarios con el fin de darles seguridad. Pues los mineros también tienen horarios para arrojar las rocas, que podrían herirlas por la velocidad que toman al rodar hacia abajo.

Luego de llenar sus costales los llevan a una zona que tienen reservada. Allí lo seleccionan mejor y lo guardan hasta juntar una buena cantidad. Después hay que llevarlo al otro lado del río en los andariveles y entonces muelen las rocas en los quimbaletes; que son como una suerte de morteros gigantes. El riesgo aquí es que utilizan mercurio o cianuro, altamente contaminantes al ambiente y a las propias personas que lo manipulan. 

Finalmente, el oro es vendido en los acopiadores locales, quienes les dan entre S/ 100 y S/ 180 por cada gramo, dependiendo de la calidad. Sacando cuentas, explican las pallaqueras, por cada temporada de cuatro meses sacan a razón de S/ 50 por día.

La dirigenta Celia Challa dice que además algunas mujeres hacen otras labores para completar la economía del hogar. Algunas trabajan por días como cocineras en las labores mineras, otras jornalean en las chacras locales y algunas hasta lavan ropa ajena para ganarse unos soles más que les permitan subsistir.

DATO

Los verdaderos ganadores son los intermediarios, quienes, de acuerdo al especialista César Ipenza, desde la región Arequipa mueven en promedio 25 toneladas de oro ilegal al año. Gran parte se va hacia Bolivia, que exporta este metal precioso hacia países de Europa y el resto del mundo; pero el 80% tiene origen peruano.

Mujeres atraviesan grandes dificultades para trabajar en Rio Grande.
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